Sólo digo que ni me he duchado hoy en el gimnasio (me ducharé dentro de un rato, no penséis mal...) porque no tenía fuerzas para levantar las manos para lavarme la cabeza. Ni para apretar el tarro del champú. Ni para hacerme una paj... je, je. De milagro no le he tenido que decir a mi madre que me mueva el ratón del ordenador y que dictarle lo que estoy escribiendo para que me lo teclee. Tengo el tríceps un pelín cargado. Tengo el bíceps con unas agujetas de primer día y una flojera encima de haber cargado el cristo del soberano poder yo solo de aquí a Tolouse ida y vuelta. He llegado a mi casa, me he quitado las lentillas, las he metido en el cacharrito y al ponerle los dos tapones me han fallado las manos y se me ha caído al suelo tomando cada lentilla una trayectoria diferente dentro del cuarto de baño. Lo más grande esque las he encontrado, las dos, gracias a mi sutil y superdesarrollada vista de lince ibérico. En el gimnasio ha llegado un momento en el que no tenía pene de levantar cinco kilos en los ejercicios de tríceps. Ha llegado ese momento en el que piensas... "aquí me quedo", pero en el que también piensas "ésto lo levanto yo"... pero acto seguido vuelves a pensar "aquí me quedo" porque dices "en la vida voy a levantarlo". Me acabo de quitar los calcetines porque antes no tenía ni ganas. Ahora me espera un platazo de macarrones para recuperar energías.
Después de esto, digo yo... ¿merece la pena este esfuerzo? Sí merece, porque como no merezca reviento el gimnasio, máquina por máquina y petao por petao, pero de colegas. Al menos me cuesta menos trabajito hacer los ejercicios, qué menos, ¡cojones ya!
PD.- Ayer cumplió un mes el blog. 13 entradas con esta y 106 visitas... ¡podemos!
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